Historias Entrelazadas. Completo (Escrito en Marzo de 2011)
El señor de las arañas. (Historias
Entrelazadas)
En un barrizal pisoteado, entre la niebla, encontró su refugio, un lugar
tranquilo donde no dejar estela. Un Páramo apartado del mundo, con las arañas
como silenciosas compañeras. Extraña compañía para un hombre extraño, aunque
él se sentía cómodo entre ellas, pasaba las tardes mirándolas trabajar,
observaba como cazaban, como se movían, incluso como se peleaban al chocar dos
de ellas que habían entrelazado sus mantos.
Como digo, allí entre la niebla, que subía del pantano, podéis encontrar a
este hombre, anciano ya, aunque seguramente no os haga caso, y trate de alejaros
de allí. Nunca nadie le ha oído hablar, ni nadie sabe porque esta allí, nadie
sabe que come, ni siquiera están seguros de que coma algo. Las historias más
disparatadas se cuentan sobre él y algunas madres asustan a sus hijos amedrentándolos
con la amenaza de la aparición de su persona. Habría aparecido, con su
viejo sombrero, su larga barba blanca, su pipa apagada, aquellas ropas grises
cubiertas de mugre, habría mirado al niño fijamente con aquellos ojos negros
brillantes situados bajo aquellas dos pobladas cejas y no habría dicho nada,
aquella mirada solía alejar a la gente de él, si funcionaba con los mayores, lo
haría con los pequeños.
Todo lo que se sabe de él lo conto un joven del pueblo que paso dos días con
él, el anciano lo encontró tirado después de que se hubiese caído cuando
trataba de robar unas manzanas, lo curo y lo dejo descansar allí, en la mañana
del tercer día, lo miro y con un ademan lo invito a irse de allí.
Lo que yo llamo allí es en realidad una cueva, una vieja entrada a una mina,
un lugar oscuro y húmedo que el anciano ha ido acordonando a lo largo de los
años con muebles que hace el mismo, su cama, la mesa, la silla, cuatro estantes
desperdigados, fue todo lo que aquel joven pudo ver, en realidad el joven solo
vio eso y al anciano observar las arañas. Desde aquel día además de "El
solitario", "El loco", "El minero" también se le llama
"El señor de las arañas", lo cual no es que precisamente le haga un
favor a su leyenda.
Poco más puedo contaros sobre él, nada más se sabe, se duda incluso de
cuando llego exactamente, las ancianas del pueblo gustan de contar que él ya
estaba en esa mina antes de que se pusiese la primera piedra de la primera casa
del pueblo, todo el mundo sabe que exageran, pero es seguro que aquellos que
hoy las llamamos exageradas, contaremos de igual modo la historia.
Igual que hoy yo, os he contado lo que se dé el.
El joven pastor. ( Historias
Entrelazadas)
Samuel se levantó antes de que el sol se dejase ver entre los cerros que se
levantaban alrededor del pueblo, se desperezo estirando los brazos. Permaneció
un rato sentado en la cama mirándose los dedos de los pies, tras bostezar por
tercera vez decidió ponerse en marcha, si se quedaba más tiempo sentado la
tentación de volver a dormirse sería demasiado fuerte. Dormía poco últimamente tenía
que reconocerlo, aunque no le importaba, cortejar a aquella muchacha era mucho más
divertido e interesante que dormir. Vertió agua en la palangana de la jarra que
subía cada noche, se lavó la cara afanándose en despejarse quitarse las
legañas. Bajo por las escaleras tratando de no hacer ruido, no quería despertar
a su hermana pequeña a la que aún le restaban un par de horas de sueño. Oyó
ruidos en la cocina, entro en ella y saludo a sus padres, su madre le sonrió
mientras dejaba en la mesa una taza de café caliente y un par de rebanadas de
pan con miel, su padre sin embargo se limitó a mirarlo hoscamente. Llevaba así
desde que había decidido dejar el trabajo en la serrería, aquel no era un mal
trabajo, pero su padre era encargado de su sección y él prefería tener algo más
de libertad, cuando su abuelo materno enfermo decidió hacerse cargo del rebaño
de ovejas que este había cuidado desde que tenía uso de razón, "Hace poco
y no es que tengas mucho" habría dicho su abuela la cual se burlaba de
todo y de todos.
Samuel aspiro el aroma a café y tomo la primera de las rebanadas, saboreo el
primer bocado, deleitándose con la espesa y dulce miel en su boca, su
padre comía también mientras que su madre se sentó en la mesa tan solo con una
taza de café, seguía siendo la mujer más guapa del pueblo y no porque fuese su madre,
lo era, además las frecuentes broncas de su celoso padre con algunos hombres
del pueblo que se dirigían a su mujer en un tono que el juzgaba inadecuado
podrían servir de medidor. Pensó en la madre de su amigo Julián, por ella nunca
se peleaba nadie, es más probablemente el padre de Julián estaría encantado de
que se la llevasen. Aquel pensamiento lo hizo sonreír, su madre lo miro inquisitiva,
él se sonrojo y le quitó hierro al asunto un gesto, su madre puso los ojos en
blanco, el volvió a sonreír.
Comió y bebió el resto del desayuno, beso a sus padres y se despidió de
ellos, antes de salir recogió el zurrón que contenía agua y el almuerzo. Salió
a la calle con los primeros tímidos rayos de luz, el perro del vecino le ladro
como cada mañana y el gallo que tenían comenzó a cantar. Se quedó parado un
momento sopesando porque aquel chucho lo ladraba siempre, no encontró ninguna
respuesta satisfactoria. Echo a andar hacia las afueras del pueblo, allí su
abuelo guardaba el rebaño en un gran cercado, miro detenidamente a los
animales, todos parecían estar bien. En cuanto lo vieron acercarse, sus cuatro
perros se acercaron agitando el rabo, entro en el corral, puso agua para los
perros y saco de su zurrón algunos huesos que había logrado sustraer de la cena
de la noche anterior, los repartió como buenamente pudo, aunque como siempre, Negro,
un inmenso mastín del mismo color que su nombre se las apaño para comer más que
los demás. Por fin abrió la puerta del cercado y azuzo a las ovejas para que
saliesen, le esperaba un largo día de pastoreo con la única compañía de
aquellos animales.
Hacia el mediodía, paro para comer, de momento el día había transcurrido sin
novedad, se había cruzado con un par de comerciantes, uno de ellos le advirtió
sobre cierto par de sujetos que habían atracado a otro comerciante el día anterior,
al oír esto Samuel levanto el garrote que llevaba. Saco pan y queso para comer
y llevaba agua para beber, prefería no tomar vino, lo atontaba bastante, su
padre siempre se metía con él por aquello. Comió despacio observando a sus
perros hacer su trabajo, Negro no tenía mucho que hacer, su sola
presencia les bastaba a las ovejas para encontrar un camino más adecuado, por
otro lado, Pelao se desgañitaba ladrando, cuando lograba incorporar las
ovejas al grupo, movía la cola feliz y miraba a su dueño. Los dos más jóvenes
se andaban peleando a saber porque, lo hacían constantemente a no ser que negro
anduviese cerca, en aquel momento Cerveza mordisqueaba el lomo de Licor,
su abuelo era bastante especial para ponerle nombres a sus animales, su caballo
se llamaba Aguardiente, y a todas sus ovejas las llamaba Florinda,
al menos a su padre le había puesto un nombre normal.
Termino el ultimo trozo de pan y bebió un largo trago de agua, se recostó
bajo la encina donde había parado a comer, más tarde supuso que se habría
dormido, el caso es que no vio a los dos tipos venir. Cuando abrió los ojos tenía
el cañón de una escopeta ante sus ojos, trato de alcanzar el garrote, pero solo
logro recibir una patada en las costillas, lanzo un gemido de dolor y miro a
los dos tipos, uno era calvo y apenas tenía dientes el otro llevaba un sombrero
demasiado nuevo, no hacia juego con la mugrienta ropa que ambos llevaban,
llevaba barba de una semana y un poblado bigote, además llevaba la escopeta, tenía
unos ojos fieros, Samuel trago saliva. El segundo tipo le dijo que le diese
todo lo que llevaba, el primero lo apremio con una nueva patada en las
costillas. Samuel le indico que no tenía nada de valor, el hombre calvo cogió
el zurrón y luego se agacho para registrarlo, encontró el colgante
que su madre le había regalado y se lo arranco, aquello le hizo hervir la
sangre, querría aplastar las cabezas de aquellos dos malditos seres.
El desdentado se incorporó y le hizo un gesto al del bigote, este se giró, Negro
corría hacia ellos, no ladraba, no gruñía, pero sus ojos estaban fijos en
aquellos dos hombres, Samuel aprovecho el despiste y se movió rápidamente para
alcanzar su garrote, todo sucedió rápidamente, un disparo, el gemido lastimero
de un perro,
el sonido de un hueso al romperse, otro disparo y luego oscuridad.
Samuel no supo hasta volver a su casa donde había estado ni cuánto tiempo
había estado dormido, ausente entre los escalofríos de la fiebre. Si podía
recordar haber sentido unas manos tocando su hombro, dañado por el disparo
recibido.
Cuando abrió los ojos por primera vez desde lo ocurrido, sus ojos tardaron
en acostumbrarse a la penumbra, puedo ver a un anciano sentado, cuando le hablo
este solo le hizo un gesto indicándole que se volviese a dormir. Durante los
días que paso allí, aquel hombre le llevo comida, le cuido la herida, pero
nunca le dirigió la palabra. El ultimo día Samuel se sintió con fuerzas para
levantarse, se sintió mareado al dar los primeros pasos, pero resultaba
reconfortante volver a estar de pie, camino por aquella estancia, en una mesa,
vio algunos objetos, una navaja, una taza de metal y un retrato, cogió esto último
y lo miro, en el mismo pudo ver una pareja, un joven moreno y fuerte y una
guapa muchacha, con una gran sonrisa. Oyó unos pasos y se giró, el anciano se quedó
parando mirándole.
- No toques eso, déjalo donde estaba, y márchate- le dijo el anciano
fríamente, Samuel quiso responder, pero no supo que decir, el anciano lo
acompaño hasta la salida de aquel extraño lugar, Samuel salió y se giró para
darle las gracias, pero las palabras quedaron en su boca, el viejo había vuelvo
a entrar.
Retrato Vacío ( Historias
Entrelazadas)
Se miró en el espejo mientras se lustraba los zapatos, sonrió al ver su
figura en el espejo. Se había puesto al traje de los domingos, aunque fuese
martes, el traje le sentaba como un guante y no le hacía parecer el humilde
trabajador que era. Se meso el espeso cabello negro y cogió un pañuelo de la cómoda
que coloco con cuidado en el bolsillo de su chaqueta, se caló la gorra y
se miró por última vez en el espejo, quería estar perfecto para ella.
Salió de la casa y bajo al patio de luces donde Domingo, compañero de
trabajo y de casa cortejaba a dos vecinas, dos guapas hermanas que trabajaban
en un taller de costura, se despidió del guiñándole un ojo y enfilo la calle.
Camino con paso apresurado, tenía que detenerse antes en casa del retratista,
hacia un par de semanas que había ido junto a Victoria a hacerse aquel retrato,
estaba deseando verlo. Por el camino tuvo una idea, se desvió hacia una zona de
casas con jardines, allí se detuvo contemplando los magníficos rosales que
poblaban una de estas casas. Miro a su alrededor y espero a que pasasen un par
de hombres, saco su navaja y corto una de las rosas. Podía haberla comprado,
pero no le sobraba el dinero.
Por fin llego a casa del retratista, este lo hizo pasar, observo
detenidamente el dibujo, aquel pintor era realmente bueno, Victoria estaba
preciosa con aquella enorme sonrisa, aquel pelo castaño con cuyos bucles ella
jugueteaba mientras pensaba, el vestido amarillo brillaba con la luz del sol,
ambos tenían los brazos entrelazados, de fondo el artista había pintado unos
enormes árboles. Paso el dedo por el marco del retrato y asintió satisfecho.
Pago al artista y le pidió que envolviera su obra, una vez envuelto y anudado,
prendió la rosa del nudo. Se despidió y volvió a la calle, oyó las campanas de
la iglesia y supo que llegaba tarde, aun tenía que recorrer varias manzanas
hasta llegar a los parques donde tenía que encontrarse con Victoria. Sin
dudarlo hecho a correr atrayendo las miradas de los viandantes, estuvo a punto
de chocar con una pareja de casados, el marido lo insulto, pero el corrió hasta
entrar en el parque, allí se detuvo tratando de tomar aliento y camino hasta el
banco donde ella siempre esperaba.
Allí estaba ella, estaban ellas sería mejor decir, a Victoria le acompañaba
su carabina, una mujer mayor de buen carácter que quería a Victoria sobre todas
las cosas. Eugenia así se llamaba lo miro y le hizo un gesto reprobador, el
agacho la cabeza reconociendo su error al llegar tarde. Luego se centró en Victoria, tan
guapa vestida de azul, le dio la mano y le ofreció el brazo que ella agarro para
pasear juntos, Eugenia se quedó sentada dándoles algo de intimidad. Ella se
sonrojo al ver la rosa y abrió el papel que envolvía el retrato con rapidez,
sonrió al verlo y le dio un tímido beso, volvió a sonrojarse cuando él dijo que
el artista había sabido reflejar su belleza.
Caminaron durante una hora entre los árboles, pararon a observar las patos
del estanque, se contaron historias, ella cotilleos de la alta sociedad, las
historias de la fábrica y sus obreros, se besaron varias veces. Pasa la hora volvieron
al punto de salida, Eugenia los esperaba mientras bordaba, al verlos llegar les
mostró una sonrisa y miro el reloj, ellos se abrazaron para despedirse. Él se quedó
mirando un rato el camino por donde desaparecieron, luego dio media vuelta y
camino hasta su casa.
Dos días más tarde, tras una dura jornada de trabajo en la fábrica, decidió
ir a la tasca ya que no aquel día no podría ver a Victoria, alterno con otros
compañeros de la metalúrgica y con los demás habituales del bar, tomo unas
cuantas cervezas entre risas y variopintas historias. Cerca de las diez de la
noche, salió de allí algo mareado a causa del alcohol, había refrescado aquella
noche, así que se abrocho la chaqueta e inicio el camino a casa.
A mitad de camino se encontró con tres hombres, uno de ellos era bajito y
fue el que hablo todo el rato, los otros dos se limitaron a pegarle siguiendo
las directrices del bajito. El primer golpe ni siquiera lo vio venir y lo dejo
atontado, apenas pudo defenderse, los puñetazos y patadas llegaban sin
interrupción, el cayó al suelo donde los dos tipos grandes lo sujetaron, el
bajito con voz chillona le advirtió.
- Si vuelves a ver a la hija del jefe, te matamos- dicho esto le sacudió un
par de veces.
Lo dejaron tirado sobre los adoquines seminconsciente, cuando logro reunir
fuerzas camino tambaleante a su casa. Lo encontraron aquella mañana tirado en
el patio comunal, lleno de heridas, con la ropa desgajada. Las dos hermanas
vecinas, se turnaron para cuidarlo. Paso una semana en cama, el doctor que lo
visito le dijo que tenía varias costillas rotas y suerte de seguir vivo, cuando
le preguntaron que le había pasado el mintió y dijo que le habían intentado
robar. Durante aquella semana, pensó en Victoria, sonó con ella, con volver a
verla y tocarla, oírla y besarla. El dolor de su corazón era mucho mayor al
dolor que le producían las heridas.
Al décimo días tras el asalto, llamaron a la casa, Eugenia, la anciana que
había sido institutriz de Victoria, se encontraba en el umbral de la puerta, lo
saludo con un beso y le entrego un papel, se sentó mientras el leía aquel papel
El dolor y la rabia afloraron tras leer aquel trozo de papel, tiro al suelo todo lo que encontró, golpeo las paredes, tras unos minutos así cayó entre las rodillas de Eugenia preguntándole ¿Porque se rinde?, ella meso su pelo y espero a que se tranquilizase. Cuando se fue lo abrazo con fuerza y le deseo suerte antes de irse saco el lienzo del retrato que se hicieron. Él se sentó en el sillón tratando de contener las lágrimas, mientras miraba el dibujo, oyó un ruido de papel al crujir cuando se levantó para recoger todo lo que había tirado. Paso la mano por el borde del sillón y saco un papel, lo leyó en silencio.
Saco una maleta del armario y metió una muda de ropa y sus pocos objetos de valor, salió de su casa sin hacer ruido, no quería despedirse de nadie. Fue a la tasca, dejo la maleta en la entrada y entro, no saludo, poso sus ojos presos de una ira ardiente en Domingo, lo cogió de la pechera y lo saco a la calle, allí lo golpeo mientras le preguntaba insistentemente ¿Porque, porque te chivaste?, ¿Que ganabas?, las respuestas solo le hicieron enfurecerse más, deudas, juego, dinero, lo golpeo una y otra vez hasta destrozarse los nudillos. Por fin unos parroquianos del bar lograron separarlos, lanzo una última mirada de desprecio a Domingo.
Recogió su maleta y echó a andar, sin destino, sin mirar atrás.
La niña preguntona ( Historias Entrelazadas)
Sin duda era una niña valiente a la que le esperaba un gran castigo, aunque en aquel momento mientras caminaba jugando con su cachorro no pensaba en eso. Cuando se despidió de su madre aquella mañana no se dirigió al colegio, sino que tomo otro camino. Ando a hurtadillas hasta que salió del pueblo y se salía del camino cada vez que veía a una persona a un carro. De momento nadie la había visto y ya estaba llegando a su destino, conocía donde quedaba la cueva del Señor de las arañas porque había pasado varias veces por allí en sus viajes a ver a sus primos, pero nunca se había adentrado en la zona pantanosa donde se suponía que vivía el hombre. Siempre que su familia pasaba por allí, su padre o su hermano hacían un comentario sobre el angosto sendero que nacía en el camino y se adentraba en los pantanos, donde vivía aquel tipo raro, "ese loco" como decía su padre. La niña no se lo pensó dos veces y cuando llego a aquel lugar tomo el estrecho sendero. Camino a buen paso, pero cuando estuvo en lo más profundo de los pantanos su cachorro se negó a seguir andando, estaba asustado, ella lo miro con los brazos en jarras y lo tomo en sus brazos mientras recorría el resto del camino, poco a poco el pantano desapareció y fue dejando paso a algunos árboles y arbustos, pronto se encontró ante su meta.
Soltó al cachorro, observo la entrada de la cueva durante unos instantes y por fin entro. Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la oscuridad del interior, cuando lo hicieron pudo ver un par de sillas, una mesa y una cama, miro al techo y a las paredes y vio decenas de telarañas coronadas por una gran araña, puso cara de asco, reviso otra vez la estancia y algo enfurruñada por no haber encontrado al Señor de las Arañas en la cueva se sentó en una de las sillas a esperarlo. Saco queso y pan para amenizar la espera. Masticaba ensimismada un trozo de queso cuando en el interior de la cueva apareció el Señor de las arañas, ella se sorprendió al ver que aparecía como de la nada y él se quedó petrificado al ver a la pequeña dentro de su cueva, al fin fue esta última quien rompió el silencio.
- ¡Hola! - exclamo, mientras se ponía de pie y su cachorro se escondía detrás de sus piernas, el anciano la miro de arriba, abajo como si no fuese de este mundo, paso un largo minuto.
¿No piensas hablarme? - le pregunto ella. -Sé que hablas- aquella pregunta desconcertó totalmente al viejo, que se puso colorado.
- No pasa nada, tengo tiempo- la niña volvió a sentarse y se metió en la boca un trozo de pan, por fin el anciano se acercó a ella con pasos vacilantes.
- ¿Qué haces aquí?, ¡vete! - dijo por fin, su voz era algo ronca. Ella lo miro sentada en la silla.
- Mi padre dice que no hay que ser descortés con los invitados-repuso ella. Aquella respuesta exaspero al hombre.
- ¡Yo no te he invitado! - dijo alzando algo la voz, la pequeña no se asustó ante la poderosa voz de aquel hombre.
-En cierto modo lo hizo, usted salvo a mi hermano cuando lo atacaron aquellos bandidos- volvió a responder ella, eso volvió a descolocar al anciano que se pasó la mano por el pelo nervioso.
- ¿entonces a que has venido? - pregunto el torpemente.
- A darle las gracias- dicho esto se levantó y abrazo al anciano, este se quedó mirando la cabeza de la pequeña abrazada a su cintura sin saber muy bien que hacer, tenía un bonito pelo castaño. Ella alzo la vista y le miro a los ojos.
- ¡Gracias! -el observo sus enormes y vivaces ojos marrones, sus mejillas sonrosadas, su gran sonrisa, logro apartar a la muchacha algo turbado.
- No hay de que, hice lo que cualquiera haría- dijo por fin. Se dio la vuelta incómodo y nervioso, el gesto de aquella niña, su primer contacto cariñoso en años con otro ser humano lo había perturbado.
- ¿Podría decirme como ha entrado sin que lo viese? -pregunto la niña a su espalda, él sonrió y le hizo un gesto con la mano. Avanzaron hasta el fondo de la cueva, el retiro una tela del mismo color gris que la cueva y le invito a pasar por el hueco que quedó al descubierto.
Al otro lado la niña, abrió desmesuradamente los ojos cuando vio lo que había allí, un gran agujero en la roca dejaba entrar la luz, allí donde daba la luz, había plantado un pequeño huerto, incluso había césped y flores, pudo ver una cama mucho mejor que la que había fuera, otra mesa, sillas. Un pequeño arrollo de agua clara corría por allí y se perdía en el interior de la montaña, vio una pareja de conejos y se asustó mucho cuando un halcón llego volando a posarse en el brazo del anciano. Este le sonrío.
- Esta es mi verdadera casa-dijo él.
- ¡Es genial ¡-repuso ella- además no solo te llevas bien con las arañas sino con más animales- el anciano lanzo una carcajada ante la respuesta de la cría. Se oyó un ladrido, la cría miro en la dirección de donde venía, "Negro", apareció detrás del huerto cojeando, y moviendo efusivamente la cola.
- ¡Es negro, -grito ella, corrió a abrazar al perro que le lamió la cara, el cachorro perdió el miedo cuando vio a aquel perro grande y familiar, negro también lo saludo!
-Apareció la noche en que traje a tu hermano aquí, muy malherido, pero salió adelante, solo que cuando tu hermano se fue aun no podía andar un camino tan largo- explico él.
-Mi hermano no se fue, usted lo echó- le contesto ella reprobadoramente. El volvió a sonrojarse.
- Si... bueno...- ella volvió a abrazarse a él.
- Gracias por salvar también a negro- dijo ella, el disfruto el contacto, de aquel abrazo sincero y le revolvió el pelo a la muchacha. Después de hacerlo, se miró la mano, y empezó a llorar.
- ¿Porque llora? - pregunto ella.
- ¿Sabes que preguntas mucho? - respondió el.
-Sí, ¿y qué?, ¡no llores! - dijo sonriente, él le devolvió la sonrisa, paso un rato contándole la historia de su vida y respondiendo a las preguntas de la niña.
Pasadas un par de horas se oyeron voces en el exterior, ambos salieron de la mano, fuera de la cueva se había agolpado la familia de la niña. Cuando su madre la vio corrió a abrazarla, el resto se mantuvo un poco al margen y su padre estaba visiblemente enfadado.
- Vine a darle las gracias por cuidar de Samuel- susurro ella. Cuando lo dijo todos le miraron, su hermano avanzo y le tendió la mano en señal de agradecimiento.
- De nada muchacho- cuando el anciano hablo, todos se miraron, "habla" susurraron algunos.
- ¡Claro que habla-dijo la pequeña, acto seguido fue presentándole a todos los que habían ido, su padre abrazo al anciano dejando de lado por una vez su pose de hombre duro. Charlaron un rato hasta que se empezó a hacer tarde y tuvieron que marcharse.
El viejo y la niña se abrazaron por última vez.
- ¿Por cierto niña, ¿cómo te llamas? -pregunta el.
-Paula, ¿y tú? - repuso ella.
. Llámame amigo- le respondió revolviéndole el pelo.
A partir de aquel día, cada domingo, el señor de las arañas visito a sus amigos del pueblo y siempre se reservaba un par de horas para estar con aquella pequeña de infinitas preguntas, inquieta y de sonrisa permanente.
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