El Precio de un Libro, Completo. Escrito en Octubre del 2011



El Precio de un Libro. 

INTRODUCCIÓN

Este no es un relato normal por el hecho de que por primera vez y puede que sea una osadía por mi parte voy a utilizar personajes reales en el mismo. Si bien ya había usado para otros de mis relatos lugares o acontecimientos históricos reales jamás se me había ocurrido tratar de contar una historia a partir de unos datos históricos, una serie de hechos reales y algunos personajes reales. Voy a tratar de unir dos de mis aficiones, esto es, daros la vara escribiendo chorradas de más o menos interés y mi pasión por la historia especialmente la de la primera mitad del siglo XX. Esta historia me atrajo porque no encontré muchas referencias en español y porque de un modo  u otro un personaje que no aparece pero que está muy presenta en la misma fue con su obra culpable de la segunda afición mencionada.

No todos los personajes que salen son reales, solo algunos ya que es imposible averiguar quién realizo en verdad algunos de los hechos que relatare a continuación.

Así mismo utilizare algunas siglas y palabras en alemán con el fin de dotar el relato de un  tono más histórico o añejo. Las traducciones de estas palabras estarán al final del texto.

Por ultimo pedir disculpas por los mas que posibles errores de carácter histórico que cometeré a la hora de escribir mi relato.

Jinete Nocturno.


EL PRECIO DE UN LIBRO. PRIMERA PARTE "DENUNCIA"

El otoño de 1943 había caído sobre Berlín con todo lo que aquello suponía, los días eran más cortos, más fríos  las hojas iban cayendo poco a poco dejando los arboles semidesnudos. Los berlineses hacían acopio de madera, carbón y cualquier cosa que pudiesen quemar en previsión de otro duro invierno en aquel quinto año de guerra. Mientras tanto y siempre que los bombardeos se lo permitían acudían a sus puestos de trabajo, a seguir alimentando la máquina de la guerra.

Una de aquellas mañanas otoñales, una delgada y menuda mujer estaba detenida observando temerosamente el edifico que tenía delante. El edificio de la Gestapo, la policía secreta del estado nazi, era conocida en Berlín como "la casa de los horrores" debido a las torturas y vejaciones que sufrían las personas que tenían la mala suerte de dar con sus huesos entre aquellas cuatro paredes.

Al final la mujer reunió el valor suficiente para dirigirse hacia la entrada, cruzo la calle y subió los peldaños de la escalinata que daba acceso a la puerta principal donde dos hombres hacían guardia. Entro y lanzo una mirada al frío edificio, vio algunas personas sentadas en unos bancos de madera, algunos cuadros y muchas esvásticas nazis. Ando hasta el mostrador de recepción donde un hombre de unos cuarenta años, medio calvo, la miraba fríamente a través de unas gafas.

-¿Que desea?- la interpelo aquel hombre. Ella dudo un instante, aferraba con fuera su bolso, por fin acertó a hablar.

- Quería poner una denuncia, mi señora es una derrotista, habla mal del Führer  señor.- contesto ella, el hombre asintió y tomo una hoja de una pila que tenía a su derecha, cogió una pluma y escribió alguna cosas que la mujer no pudo ver.

- ¿Su nombre?- pregunto el hombre.
-Anita Schütz- contesto la mujer, el hombre anoto algo más en la hoja y se la puso delante.
- Firme abajo, señora.- ordeno tendiéndole la pluma. Ella firmo con mano temblorosa.
- Siéntese en uno de los bancos, por favor, la llamaran dentro de poco.- comunico el , recogiendo la hoja y poniéndole un sello donde podía verse el águila nazi. Ella busco asiento en uno de los bancos, donde había sentados varios hombres más y una mujer, todos permanecían callados, de vez en cuando un hombre salía y nombraba a alguien haciéndola pasar a un despacho. Paso más de una hora hasta que oyó su nombre, se levantó rápidamente y sonrió al hombre que había pronunciado su nombre. Este no le devolvió la sonrisa, tan solo le indico la tercera puerta de las cuatro que había tras franquear la primera. El hombre la siguió y le abrió la puerta, ella cruzo el umbral y se encontró ante un despacho pulcro y ordenador, una gran mesa ocupaba casi toda la estancia, detrás de ella un hombre maduro y aun guapo la miraba fijamente. Sobre su cabeza pudo observar un retrato de Hitler.

- Siéntese señora Schütz, por favor. dijo el hombre con un ademán. Ella se dirigió a la silla y se sentó colocando el bolso entre sus piernas. Detrás suya pudo oír cómo se cerró la puerta, el hombre que le había abierto permaneció dentro comprobó ella con un rápido vistazo.

- No se preocupe por él, es mi guardaespaldas, ¿le importa que fume?, no verdad.- pregunto el hombre, cuya voz resultaba fría. Saco un cigarro de una pitillera con el emblema nazi y lo prendió.
- Háblame de su señora, según tengo entendido dice usted que es una traidora- prosiguió.- Ella asintió y comenzó a hablar.
- Así es señor, lleva algún tiempo haciendo comentarios derrotistas. Dice cosas como que el Führer llevara a Alemania a la ruina. Que es un loco que está haciendo que mueran miles de muchachos y muchas más cosas horribles. También sé que sintoniza la radio de Londres señor. - el hombre tomaba notas mientras la mujer continúo relatando las traiciones de su señora para con la patria y el Führer. Aquello le tomo sus buenos quince minutos, por fin el la detuvo.

- Creo que ya tenemos suficiente, ¿su señora se llama?- sonrió y lanzo la pregunta.
- Elfriede Scholz, señor- repuso ella.
- Muchas gracias señora Schütz, cuando se celebre el juicio la llamaremos para que testifique- la despidió el hombre, tomando nota del nombre recibido. Ella dudo un instante y el hombre volvió y clavar sus ojos azules en ella.
-¿Desea algo más?- pregunto.
- Si, vera, mi señora es hermana de aquel escritor traidor, Erich Remark.- el interrogador abrió los ojos .
-¿Erich María Remark?- pregunto, ella asintió.
- Esto lo cambia todo señora Schütz- dijo el sonriendo. Se dirigió al hombre que permanecía firme ante la puerta. - Steiner acompañe a la señorita a la sala de espera privada, que este cómoda, llévale algo de comer y de beber si así lo desea. - ordeno.

El fornido hombre le pidió que se levantase y la acompaño a la salida, ella nerviosa no parecía entender del todo aquello. En del despacho, el hombre sonrió mientras cogía el teléfono, marco el número del despacho de su superior. La voz de su secretaria surgió del otro lado del teléfono. El la urgió a pesarla con su jefe. Tras comunicarle la seriedad del caso, esta accedió. Tras unos segundos la voz del conocido como "Gestapo Müller" retumbo en el auricular. Heinrich Müller Mando supremo de la Gestapo que solo respondía de sus actos ante Himmler era temido incluso entre los altos cargos del partido nazi.

- Aquí el teniente general de la policía. Müller, ¿quién es y que desea?- pregunto cortante.
- Le habla el inspector criminal Rudolf Strauss, mi general. Le comunico que hemos recibido una denuncia por derrotismo y traición contra Elfriede Scholz, Remark de soltera, hermana del escritor de "Sin novedad en el frente".- contesto el hombre.
- Aquel cerdo se nos escapó, ¿ha tomado ya las medidas para la detención?- pregunto el general.
- Aun no señor, he preferido comunicarme con usted antes para pedirle permiso para realizar la detención, ante la gravedad del caso, mi general.
- Tome las disposiciones oportunas, detenga también al marido, no dejaremos un cabo suelto. Pregunte si tiene hijos, si los tiene lléveselos también y que pasen a la tutoría del partido. No falle Strauss, pienso comunicárselo a Himmler ahora mismo y no quiero que esto fracase, ¿me ha entendido?.
- Si, mi general, la operación se realizara a la perfección. . contesto convencido Strauss.
- Eso espero- el general colgó con brusquedad y Strauss recogió su pistola del cajón y la gabardina del perchero. Salió del despacho y busco a su guardaespaldas le ordeno que tuviese dos coches y cuatro hombres listos en diez minutos.


El Precio de un libro. Segunda Parte. “Detención”

Los dos vehículos cruzaron Berlín a la máxima velocidad que pudieron. Los numerosos escombros producto de los bombardeos taponaban grandes vías, en otras brigadas de bomberos y el personal destinado a la desactivación de bombas que no habían hecho explosión tampoco permitían el paso. En otras calles podían verse numerosas colas de mujeres esperando para recibir su ración de pan, carbón, mantequilla o carne. A pesar de todo aquel caos y desolación la maquinaria de represión nazi no se detenía nunca. En un tiempo récord teniendo en cuenta las circunstancias se encontraron ante la puerta de una vieja casa de aspecto noble de dos pisos. Los ocupantes de los coches bajaron, su aspecto podía recordar al de los gánsteres de Chicago, sombreros, gabardinas o grandes abrigos de cuero. Strauss ordeno a dos de sus hombres situarse en la parte trasera de la casa. Dos más quedaron en torno a los coches con la misión de impedir que cualquier persona se aproximase a la escena. Por ultimo Strauss y su fiel Steiner anduvieron hasta la puerta de la casa. Strauss golpeo la puerta un par de veces, sonrió a Steiner y espero. Un hombre moreno de mediana estatura y gafas de montura abrió la puerta, nada más ver a los dos hombres abrió los ojos y retrocedió asustado, supo recomponerse y logro preguntar.


- ¿Que desean, señores?
-Traemos una orden de detención contra el señor y la señora Scholz, ¿es usted el señor Scholz? - ladro Strauss.
-Si soy yo, pero no entiendo, yo no he hecho nada- articulo con dificultad el señor Scholz.
-No hace falta que entienda usted nada, hemos recibido una denuncia contra ustedes por derrotismo, injurias contra el Führer y traición, los jueces se encargaran de decidir si han hecho ustedes o no algo. Déjenos pasar. - Strauss, no espero a recibir el permiso, puso una pierna en la puerta y Steiner entro en la casa empujando al señor Scholz. Acto seguido lo puso contra la pared y lo esposo, luego lo tiro en un sofá. Strauss entro a continuación. Elfriede Scholz apareció en escena ataviada con un delantal y llevando una bandeja, que cayó al suelo al ver a su marido arrestado.

-Buenas tardes, señora Scholz, a usted también la buscábamos, haga el favor de no resistirse, queda usted detenida- anuncio sonriente Strauss. El semblante de Elfriede
se ensombreció, volvió a mirar a su marido y lucho por no mostrarse débil.
-Mi marido no ha hecho nada, señor- logro decir al fin.
- ¿Quiere decir eso que usted si, señora Scholz o mejor llamarla señora Remark? - pregunto sonriente Strauss, encantado de asediar a su presa. - En fin, tras los interrogatorios en el cuartel general de la Gestapo quedara más clara la culpabilidad de cada uno- prosiguió Strauss, a continuación, hizo una seña a Steiner que sacando otras esposas de su largo abrigo negro procedió a ponerlas en torno a las muñecas de Elfriede.

- ¿Pero y mis hijos? - pregunto miedosa Elfriede.
-No se preocupe por ellos, han sido recogidos de la escuela y llevados a un centro de educación nacionalsocialista en espera de que se lleve a cabo su interrogatorio y su juicio. - le comunico Strauss. Ella bajo la vista.

-Pero... No.…- intento decir ella.
- ¡Cállese!, sus hijos estarán bien atendidos, no hay mejor educación que la que el partido da a sus jóvenes. Steiner llévalos a los coches. Luego dile a los otros que registren la casa en busca de pruebas. Steiner saco a la pareja y encerró a cada uno en un coche distinto, ellos lograron darse la mano antes de que los separasen lo que le hizo ganarse al señor Scholz un puñetazo en los riñones. En la casa Strauss contemplo algunas viejas fotografías, en una podía verse a Elfriede de joven con su hermana y su hermano. La recogió y la metió en un bolsillo, luego registro unos cajones, en uno de ellos encontró una cubertería fina de plata, cogió también algunas piezas, el trabajo tenia que se recompensando, pensó.

Luego salió dejaron a dos hombres en la casa buscando pruebas y la triste comitiva emprendió el camino de regreso. Strauss mismo se encargó de registrar a Elfriede como prisionera. Luego la llevaron a una de las salas de interrogatorios en los sótanos de “La cada de los horrores”. Mientras Elfriede pensaba en el destino de sus hijos y marido, Strauss notifico al general Müller la detención y pidió permiso para iniciar el interrogatorio sin más dilación. Müller le pidió estar informado en todo momento de los progresos de este. Strauss bajo las escaleras hacia el sótano, allí se reunió con Steiner y un tercer hombre, un tipo de aspecto brutal, uno de los encargados de golpear y torturar a los prisioneros, eso no era trabajo de un inspector pensaba Strauss, un caballero como él no se manchaba las manos. Antes de entrar en la pequeña habitación donde Elfriede se encontraba detenida preparo uno de sus trucos favoritos. Le encantaba entrar en un cuarto en el momento justo en que sonaba un grito aterrador proveniente de los sufrimientos de otros prisioneros, esto solía aflojar la resistencia de sus interrogados, algunos incluso se ponían a hablar en seguida.

Cuando abrió la puerta de golpe, el grito de un hombre que estaba encarcelado en el cuarto de al lado resonó en toda la instancia. Otro de los animales que la Gestapo empleaba para tales fines jugaba a introducir agujas al rojo bajo las uñas del desdichado prisionero, que este hubiese confesado ya de poco importaba, igual que importaba bien poco que fuese inocente y que solo hubiese confesado para librarse del dolor. Se había buscado un enemigo con cierto poder y ahora lo estaba pagando, Strauss había recibido una buena suma por esa detención.

Strauss tomo asiento enfrente de Elfriede, esta estaba atada a una silla de madera. A su lado de pie, se pusieron Steiner y el forzudo.

-Señora Scholz, se la acusa de traición, derrotismo, injurias contra la patria y el Führer, sabemos que es culpable señora Scholz, solo necesitamos que confiese, eso nos hará más fácil la vida a todos. Elfriede miro firmemente a su interrogador.
-Yo nunca he traicionado a Alemania, el resto de mis afirmaciones solo responden a la verdad. - repuso tranquilamente.
- ¡Insinúa usted que es verdad que el Führer este loco y que la gran Alemania vaya a ser derrotada! - grito Strauss.
-Solo un loco haría lo que él está haciendo, solo un loco, un megalítico con complejo de inferioridad llevaría a la muerte a tantos pobres muchachos, solo un demente masacraría pueblos enteros, sol...- la voz fue interrumpida por un fuerte sopapo que el forzudo le propino, Elfriede noto la sangre caliente en la boca.
-Es usted peor que el traidor de su hermano, es una vergüenza para Alemania- dijo con desprecio Strauss.
-De mi hermano, de eso trata todo esto, ¿verdad?, no les basto con perseguirle, con quemar sus libros en una de sus estúpidas celebraciones, el libro de mi hermano era peligroso, presentaba la guerra tal y como es, una barbarie donde cientos de miles de hombres se matan por basura como...- un nuevo golpe aún más fuerte volvió a interrumpirla, pero logro continuar. - Así son ustedes, cuando alguien les dice la verdad golpean como animales- termino. Dos fuertes golpes más hicieron que la cabeza de Elfriede diese vueltas.
-El libro de su hermano era una vergüenza, humillo la muerte de miles de valerosos soldados alemanes en la gran guerra, su hermano era un cobarde y un traidor y usted también lo es. Sus libros fueron bien quemados, traicionaban el espíritu alemán y a sus valientes soldados, igual que usted, pero usted pagara por ello. Además, ha tenido usted la desvergüenza de ocultar algunos de estos libros en su casa. - acuso Strauss, aunque esto último era mentira. La Gestapo no detenía a la gente para ponerla en libertad sino para ejecutarla o mandarla a campos de trabajo.

Tras unas horas más de interrogatorios y golpes, Elfriede flaqueo, todos lo hacían era imposible aguantar. Elfriede firmo entre lágrimas una confesión completa que Strauss guardo sonriente en una carpeta. Luego la sacaron de aquel cuarto y la metieron en un camión. Su destino eran las afuera de Berlín, a otro lugar oscuro, otro de aquellos lugares de los que los berlineses preferían no hablar, la prisión de Plöztensee. Allí las humillaciones siguieron, tuvo que desnudarse delante de sus guardianes, entre las risas y los comentarios soeces de los mismos. La registraron en todos sitios, incluidos aquellos más íntimos. Luego la rociaron de una sustancia supuestamente anti piojos que quemaba la piel, por último, la tiraron en una fría celda, junto a un fino colchón, una manta llena de agujeros y un cubo para hacer sus necesidades. Logro tumbarse en el colchón, pensó en su marido, en sus hijos ahora sujetos a las enseñanzas nazis. Rememoro los años en Osnabruk junto a sus hermanos, pensó en sus padres, sus amigos...y lloro en silencio.

El Precio de un Libro. Tercera Parte. "Juicio".

La vida en la cárcel de Plöztensee, era un continuo tormento para los prisioneros, muchos de los cuales eran presos condenados a muerte, algunos serian ahorcados, otros guillotinados. Elfriede comprobó en el recuerdo de cada mañana como los guardias golpeaban a los presos, esto ocurría siempre le importaba bien poco que el condenado hubiese cometido alguna falta o no. Elfriede pudo librarse de los golpes ya que su caso era especial y los guardias de la prisión no querían arriesgarse a dañarla antes de un juicio que sería todo un acontecimiento. Los tormentos en la prisión no terminaban ahí, las vejaciones que sufrían las mujeres a ser conducidas al baño en te tocamientos y palabras procaces. Algunos guardias hacían comer del suelo a los presos la escasa ración que les proporcionaban. Los guardias más crueles y refinados ideaban nuevas formas de hacer la vida más intolerable a los prisioneros, obligándoles a realizar tareas desagradables, los humillaban de todas las formas posibles. Dos ellos solían divertirse de una forma cruel, uno de ellos se hacía pasar por un buen hombre, hablaba con ellos les ofrecía cigarros, chocolate o alguna otra cosa, les indicaba a los presos donde debía esconder las cosas para que no fuesen encontradas durante las inspecciones. El otro guardia era encargado de llevar a cabo estas últimas era informado por su colega del escondite en cuestión, siempre esperaba al final para encontrar el material no permitido. Cuando el hombre estaba siendo reprendido a golpes por su falta el guardián que le había dado aquellos productos que le estaban costando aquella paliza pasaba sonriente a su lado. El efecto moral de esta acción era devastador para el ánimo de los prisioneros. En otros casos se fingía la liberación de un preso para luego devolverlo a golpes de porra y entre grandes risas e insultos a la celda.

Elfriede contemplaba todo esto con una mezcla de miedo y tristeza. La quinta mañana dos de los guardias la sacaron poco después de que hubiese terminado el desayuno consistente en un sucedáneo de café y unas gachas y un trozo de pan negro duro. En la sala de entrada Elfriede volvió a reencontrarse con Strauss y Steiner.

- ¿Buenos días señorita Scholz, preparada para el juicio? Hace un día precioso para juzgar traidores- saludo Strauss mientras su boca sonreía burlona. Elfriede no contesto bajo la vista y permitió a los hombres de la Gestapo que la llevasen hasta el coche. El destino El tribunal del pueblo, cuyo presidente era Roland Freisler. Un personaje que en cualquier otro país nunca habría presidido algo más importante que una asociación de vecinos. Roland Freisler era detestado por algunos compañeros del partido nazi y del gremio judicial. Gustaba de humillar e insultar a los encausados. Otro de las cosas que solía hacer era impedir que los prisioneros llevasen cinturones, a fin de que los pantalones se le cayesen provocando la hilaridad de la corte.

Durante el trayecto hasta el juicio Elfriede se sumió en sus pensamientos, especialmente en sus hijos, en un momento del trayecto se atrevió a preguntar a Strauss por ellos.

- ¿Señor Strauss, están mis hijos bien? - pregunto vacilante. Strauss giro la cabeza y la miro.
-No puede usted hablar sin permiso, recuerde que es una prisionera. Como hoy me encuentro de buen humor le diré que están perfectamente, sin duda serán buenos alemanes no como sus padres y su tío. - contesto Strauss, esta contestación pareció hacerle gracia a Steiner que soltó una carcajada. Elfriede permaneció callada el resto de trayecto, sintiendo cada vez más odio hacia aquellos estúpidos hombres, serviles asesinos que estaban llevando a su país a la ruina y que la habían separado de sus seres queridos. La idea de que sus hijos fuesen educados por fanáticos nazis, educados en el odio y el falso patriotismo le hacía hervir la sangre.

Cuando llegaron al tribunal la mantuvieron encerrada mientras terminaba el juicio que precedía al suyo. Se quedó mirando el poco espacio de cielo que podía vislumbrar a través de la pequeña ventana protegida por barrotes. Acerco sus manos a
ellos, sintió el frío contacto del metal contra su mano, de alguna forma eso la reconforto.

Un par de policías aparecieron al cabo de más o menos una hora, la tomaron uno por cada brazo y la condujeron hasta la sala del juicio, durante el camino pudo ver las miradas de la gente con las que se cruzaba. Unos miraban con asco, otros con indiferencia, pero le marcó ver un par de miradas de pena en un par de soldados del ejército. La sala estaba llena, los nazis querían hacer publicidad de un caso como el suyo, que parecía darles la razón en cuanto a su política. Strauss, Steiner e incluso su jefe Gestapo Müller estaban en la sala, Strauss le guiño un ojo y se pasó una mano por el cuello ante la risa de Steiner que siempre estaba dispuesto a reír las supuestas bromas de su superior. Los policías la dejaron ante el banquillo de los acusados, esperando de pie. Roland Freisler apareció ataviado con la toga propia de los jueces, se sentó en su silla en lo alto del tribunal, froto sus manos y pidió al abogado encargado de la acusación que la presentase. Escucho con atención la misma, haciendo muecas de desprecio y asco ante los delitos cometidos por Elfriede, cuando la acusación termino, tomo la palabra.

-Son unos delitos deleznables sin duda, derrotismo, traición, injurias contra nuestro gran Führer, contra nuestros valerosos soldados. Es usted una traidora detestable señora Scholz- dijo mientras la apuntaba con un dedo. Elfriede se mantuvo impasible mientras el juez Freisler continuaba insultándola, este se calentaba cada vez más, su cara de alimaña se retorcía en extrañas muecas y su calva se perlaba de sudor. Cuando pareció haber terminado, Elfriede tuvo el valor de abrir la boca y provocar al juez.

-Solo en un Estado como este se permitiría tener a un juez como usted, es usted la viva imagen de lo podrida que esta Alemania. - dijo mirándolo fijamente.

¡Cómo se atreve!, no solo insulta usted a nuestro Führer, sino que se atreve a insultar a todo el país y al presidente del tribunal del pueblo. Es más, usted ha confesado ya todos estos crímenes y ahora le suma estos otros. ¡Su asqueroso hermano se no escapo, pero usted no lo hará! - grito furibundo Freisler, mientras en la sala se levantaba un murmullo.

-Ahora que habla de mi hermano, el combatió en la Gran Guerra, usted también combatió, pero usted fue hecho prisionero al poco de estar en el frente y lo hicieron prisionero. ¿Levanto usted las manos al ver al primer ruso? ¿Lo abrazo como abrazo luego el comunismo?, primero comunista, ahora ferviente defensor de los nazis, no parece usted un individuo políticamente fiable precisamente y … - le acuso Elfriede.

- ¡Cállese! No puede hablar usted sin mi consentimiento. ¡Le exijo que se disculpe! ! ¡Ahora mismo!  - el rostro de Freisler se puso rojo de furor, algunas carcajadas se elevaron de entre los bancos donde se seguía el juicio. Gestapo Müller reía, detestaba a Freisler como lo hacían la mayoría de altos cargos nazis.

-No pienso disculparme, ante usted ni ante nadie. - contesto firme Elfriede. Freisler dudo un instante, aquella disputa no le gustaba, estaba acostumbrado a intimidar a los acusados y a que la gente se riese de ellos y no de él. Decidió continuar con el juicio.

Strauss y la señora Schütz subieron al estrado a declarar. La señora Schütz repitió lo que le había contado a Strauss, Strauss confirmo que Elfriede había confesado todos y cada uno de los crímenes. Cuando termino. Freisler volvió a tomar la palabra.

-En vista de los cargos que se le imputan ¿cuál es la condena que solicita la acusación? - pregunto Freisler.

-Pena de muerta, señoría- respondió sin más aquel abogado.

-El juez tomara un descanso para deliberar.

Dos policías se acercaron a Elfriede mientras duro el receso. El juez Freisler fumo y tomo una copa mientras duro este, no tenía nada que deliberar, era un trámite que había que cumplir.


Cuando salió a la sala, todos se pusieron en pie. Freisler se aclaró la voz y clavo sus ojos en Elfriede.

-Yo presidente del tribunal del pueblo alemán, declaro culpable a Elfriede Scholz de los crímenes que se le acusan. El pueblo alemán la condena a morir en la horca. - declaro Freisler, un brillo de alegría se posó en sus ojos al condenar a muerte a Elfriede. Llevaba más de mil quinientas condenas a muerte.

-Pueden retirar a la acusada- termino.

Los dos policías se acercaron para cogerla, antes de que llegasen logro gritar.

-Algún día mi hermano y otros escritores escribirán sobre estas farsas, sobre estas infamias en nombre del pueblo alemán y ustedes quedaran retratados para siempre como lo que son, unos vulgares asesinos- su voz lleno la sala, los dos policías sorprendidos no sabían si pegarla delante de tanto jerarca nazi importante.

- ¡Hacer que se calle, sacarla del tribunal! - grito Freisler. Uno de los policías la tomo por fin y puso una de sus manos tapándole la boca. Luego la arrastro hasta fuera. Elfriede se calmó y dejo que la condujeran hasta las afueras del tribunal. Cuando salió Strauss la miraba mientras fumaba un cigarro, la miro, ella le devolvió la mirada. Susurro despacio una sola palabra, algo que Strauss no pudo oír, pero entendió.

-Pagareis... - Strauss sintió un escalofrió y pensó por primera vez en el precio que habría de pagar por sus actos. Cuando logro recomponerse Elfriede se encontraba ya dentro del camión que debía conducirla de vuelta a la prisión Mientras Strauss volvía junto a Steiner a la central de la Gestapo le daba vueltas a aquella palabra.

Elfriede volvió a su celda de Plöztensee, allí cuando la noche se echó sobre Berlín, las fuerzas que había necesitado para enfrentarse a sus verdugos le abandonaron y las lágrimas mojaron una vez más aquel destrozado colchón.

EL Precio de un libro. Cuarta Parte. “El Final”

Al día siguiente de su condena trasladaron a Elfriede al bloque III de celdas de Plötzensee, la antesala de la muerte, el lugar donde los condenados a muerte pasaban sus últimos días de vida. El trato que recibía de los guardias de la prisión empeoro, bien por el hecho de que la sabían condenada a muerte, bien por su comportamiento en el juicio, la golpeaban y solían obligarla a realizar las peores tareas, mientras ellos reían. Elfriede trataba de mantener la compostura y de no darles motivos para que la maltratasen, pero aquello les importaba bien poco. Elfriede reflexiono acerca de cómo unos hombres que seguramente habían sido hombres normales en tiempos de paz, hombres con esposas e hijos podían alcanzar aquel grado de crueldad. Ella misma pensaba constantemente en sus propios hijos, en su esposo y en que habría sido de ellos, el desconocimiento acerca de su suerte era una pesada carga que tenía que llevar.

El 16 de diciembre Alemania se preparaba para celebrar su cuarta Navidad en guerra.
Si bien los alemanes tenían pocos motivos de celebración. 1943 había sido tan desastroso para ellos como lo había sido 1942, cuando el ejército alemán en Stalingrado fue rodeado por los rusos y prácticamente aniquilado. El año que llegaba a su fin había traído la derrota total de Alemania en el Norte de África, así mismo la ofensiva que los ejércitos de Hitler había llevado a cabo en Kursk y que se transformó en la batalla de tanques más grande de la historia había fracasado. Ahora en Rusia los ejércitos alemanes soportando temperaturas de hasta cincuenta grados bajo cero se retiraban bajo el empuje de la maquinaria soviética. Desde el aire la muerte llegaba cada día a Alemania, por el día centenarias de bombarderos americanos dejaban caer sus bombas sobre las principales ciudades del país. Por la noche la RAF, la Real fuerza aérea británica tomaba el relevo de los americanos. Todos los días sin pausa Alemania recibía su ración de muerte y destrucción. Aun así, altos cargos tanto del partido nazi como del ejercito confiaban en la victoria, Alemania aún mantenía su dominio sobre Francia, Bélgica, Holanda, Noruega, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Grecia y grandes zonas de Rusia.

Esta proximidad de la Navidad deprimía a Elfriede en su celda, el no poder celebrarla con su familia, cantar los tradicionales villancicos germanos en torno al gran árbol, los regalos, la sumían en una profunda depresión. En ese momento no sabía que nunca más viviría una Navidad como aquella, en realidad nunca más viviría.

El 16 de diciembre por la mañana recibió la visita que todo condenado a muerte temía, dos guardias llevaron a un cura a la celda de Elfriede. La aparición del religioso la hizo estremecerse, el cura un hombre mayor, de voz suave y unas finas manos trato de tranquilizarla. Leyó unos pasajes de la biblia que ella no escucho y administro la absolución de sus pecados a una Elfriede en shock. El silencio de ella y su hundimiento abreviaron la visita. El cura comprendió que en aquel momento Elfriede no sentía por Dios más que un profundo resentimiento.

En el anexo destinado a las ejecuciones, los verdugos se afanaban en comprobar el buen estado de aquellos aparatos de muerte. A un lado una guillotina cuya cuchilla brillaba de forma maligna esperaba al próximo condenado. En el otro un gran cadalso del que pendían cinco cuerdas, recién puestas para evitar cualquier fallo esperaban también.

Las ejecuciones en Plötzensee se realizaban por la tarde. Poco después de la comida, dos de los verdugos aparecieron ante la celda, colocaron las esposas entre las muñecas de Elfriede. Se pusieron uno a cada lado de ella y la condujeron hacia el patio. El mismo cura que la había visitado por la mañana y un oficial de la prisión precedían la triste procesión. Elfriede hubiese caído al suelo de no ser por la férrea sujeción de los guardias. El cerebro le daba vueltas y sentía que las fuerzas le abandonaban. Cuando salió al patio, la luz del sol, que brillaba en lo alto de Berlín daño sus ojos. Los entornos, a través de ellos pudo contemplar un grupo de hombres, unos de civil, de la Gestapo, otros en uniforme nazi, o de la prisión. Strauss fumaba entre ellos, junto a Steiner charlaban con un orondo tipo, vestido con el uniforme pardo del partido nazi. Strauss la miro y sonrió. Aquello alentó a Elfriede a mostrarse valiente, clavo sus ojos en él. A su sonrisa pérfida de satisfacción ella contesto con una mirada desafiante de desprecio.

Llego a los escalones del cadalso, miro hacia abajo para no tropezar con ellos, los guardias la dejaron en manos del verdugo. La puso ante la soga central, ella contemplo la cuerda, marrón, nueva, balanceándose levemente. El verdugo le puso la cuerda en torno a su cuello y se separó de ella. El oficial encargado de la ejecución se encargó de leer la sentencia. Ella permaneció ajena a aquella retahíla de acusaciones falsas, se limitó a seguir mirando a Strauss que había borrado la sonrisa de su cara.
El oficial termino de leer con los clásicos por el Führer y por el III Remiche Alemán. El verdugo coloco una capucha negra sobre la cabeza de Elfriede, por su mente pasaron las imágenes de sus seres queridos.

En el momento en que el Oficial dio la orden de proceder con la ejecución ella dijo en voz tranquila.

-Pagareis- lo siguiente que se escucho fue la trampilla abrirse y un ruido sordo.


FIN.

ANEXO: PERSONAJES REALES DE LA HISTORIA

Elfriede Scholz, Remark de soltera. Su triste final es lo que he intentado relatar en esta historia.

Erich María Remark. Combatió en la Primera Guerra Mundial, traslado sus vivencias en aquella guerra a su libro “Sin Novedad en el Frente”, un libro crudo y realista que se convirtió en poco tiempo en un supervengas o en lo que ahora conocemos por BestSeller. En Alemania fue recibido con división de opiniones, cuando el partido Nazi llego al poder, fue prohibido y sus libros quemados en las famosas hogueras que en 1933 realizaron los estudiantes alemanes. Libros de Encapriche Heine, Bertolt Brecht, Franz Kafka, Karl Marx, Heinrich Mann, Kurt Tucholsky y Carl von Ossietzky también fueron quemados en aquellas celebraciones. El libro publicado en 1929, fue llevado al cine por Lewis Milestone en 1930, ganó el óscar a la mejor película y al mejor director. En 1939 a Erich María Remark (En el texto lo nombro también como Erich María Remarque, ya que ese eres su seudónimo) le retiraron la ciudadanía alemana. Emigro a EEUU, se codeo con personajes de Hollywood, se le atribuyo un romance con la también emigrante alemana y anti nazi Marlene Dietrich. Su obra es bastante escasa, no llega a una decena de libros.
Se casó tres veces dos con Jeanne Zamboui y la última y definitiva con la actriz Paulinne Goddard. Murió en Suiza en 1970.

He leído el libro “Sin novedad en el frente” como diez veces, fue el que me metió el gusanillo de la historia militar. Por eso tras enterarme del trágico final de la hermana de su autor decidí escribir esto, sirva como pequeño Homenaje.

Heinrich Müller, alias Gestapo Müller. El máximo dirigente de la Gestapo y GruppenFührer de las SS, es el único alto cargo de la jerarquía nazi del que se desconoce su destino, son múltiples las teorías acerca de su suerte.

Heinrich Himmler, el segundo de Adolf Hitler en la jerarquía nazi, jefe de las SS, con el ostentoso cargo de ReichsFührer y ministro del interior. Este último cargo le otorgaba el mando supremo sobre la Gestapo y otras organizaciones policiales. El máximo responsable de la muerte de millones de personas, judíos, gitanos, enfermos mentales, homosexuales, opositores políticos, se mareo en la única ejecución que presencio. El 24 de mayo de 1945 trato de huir haciéndose pasar por un soldado raso. Sus captores sospecharon de la perfección de los documentos que les presento, Cuando se descubrió quien era, y estaba siendo inspeccionado, mordió una capsula de cianuro que llevaba escondida en una muela y se suicidó.

Roland Freisler. La muerte del presidente del tribunal del pueblo alemán fue curiosa. Curio durante un bombardeo, mientras celebraba un juicio. El acusado le había gritado poco antes que “Yo iré al infierno, pero tus iras delante de mí”, una bomba americana que callo en el tribunal lo mato. El acusado fue absuelvo por falta de pruebas en un juicio posterior. Freisler fue responsable de condenar a muerta a casi 3000 personas, entre las más importantes, llevo los juicios de los integrantes del grupo anti nazi “La rosa blanca”, entre ellos Sophie Scholl condenándolos a muerte. Cambien juzgo a muchos de los responsables del atentado de Von Stauffenberg contra Hitler en 1944. Al enterarse de lo que había pasado, otro juez dijo “Ha sido el veredicto del Cielo”.





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