Cuentos de Diciembre.
Contemplo las alegres luces con rosto sombrío. Cientos de bombillas iluminando las calles del centro dibujando diversas figuras. Campanas, arboles de navidad, renos, reyes y magos. Maldijo las luces, maldijo las alfombras rojas a la entrada de cada tienda, maldijo a un tipo vestido de Papa Noel, maldijo la decoración de bolas y brillantes guirnaldas, las estrellas de Belén, el muérdago y termino maldiciendo a un grupo de críos cantando villancicos. Alargo los pasos esquivando las calles repletas de compradores, esquivo sus cuerpos, sus conversaciones, sus risas, esquivo sus ojos manteniendo los suyos clavados en sus botas. Camino así hasta llegar al portal de su edificio, allí abrió la pesada puerta metálica, reviso el buzón encontrándolo lleno de propaganda y comenzó a ascender los cuatro tramos de escalera que lo llevarían a su piso. Al terminar la ascensión respiraba trabajosamente. Se apoyo en el marco de la puerta para recuperar el resuello. Por fin abrió la puerta dejando las llaves sobre un viejo mueble de madera coronado por un sucio espejo. Se quito el chaquetón lanzandolo por una de las puertas que se abrían en el pasillo y entro en otra. La cocina era pequeña, lo justo para una nevera, unos fuegos, un fregadero y un par de muebles. Abrió la nevera y saco una botella de cerveza. Luego camino hasta una sala de estar, una tele, un sofá, un mesa con un par de sillas y una estantería llena de libros eran todo el mobiliario. Encendió la tele y rebusco en la mesa para encontrar el abridor. Abrió la cerveza y le dio un largo trago. Suspiro y comenzó a jugar con los mandos de la tele, los canales emitían la tipica mezcla de programas del corazón, películas sin interés y series repetidas. Maldijo la tele mientras contemplaba la cerveza, el cristal de esta le devolvió vagamente su rostro. Apago la tele y volvió a mirar la cerveza. Maldijo la soledad, su soledad y bebió.
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La nieve caía lentamente en pesados copos que iban cubriendo con un manto blanco todo lo que podía alcanzar a ver con la vista. El vaho rodeaba su rostro con cada exhalación y estas eran cada vez mas frecuentes fruto del esfuerzo de caminar sobre aquella superficie, a medias gredosa, a medias cubierta por la nieve en la que se hundían sus pies. Llevaba mas de una hora caminando y paso otra hora mas hasta que diviso la pequeña cabaña de madera. De la chimenea salían penachos de humo, promesa de un ambiente caldeado. Consulto el reloj de pulsera y comprobó que aun faltaba un rato para que oscureciese. Resignado busco un lugar resguardado. Lo encontró entre un par de arboles caidos, allí se arrebujo en su largo chaquetón forrado de piel y fumo un fuerte cigarrillo que le transmitió una ligera y poco duradera sensación de calor. El sol fue desapareciendo paulatinamente, como contrapunto su ansiedad aumento. Se saco uno de los guantes varias veces para comprobar la pistola. Esta estaba helada, si se le hubiese ocurrido tocar el cañón sus dedos se habrían quedado pegados al metal. Cuando la noche se echo por fin se puso a caminar para mantener el calor, dando vueltas en torno a la casa, siempre sin perderle de vista. Se comparo mentalmente con un lobo vigilando a su presa. Aquella ocurrencia le hizo sonreír. Camino mirando el reloj de cuando en cuando hasta que llego la hora. Camino despacio, como una sombra sobre la nieve hasta alcanzar la puerta de la casa. Allí se detuvo un instante alerta ante la posibilidad de cualquier ruido. No escucho nada, todo estaba tranquilo y silencioso. Saco un juego de ganzúas para forzar la cerradura, no fue difícil una cerradura sencilla para un hombre experto en esas lides. Entro en la cabaña, los rescoldos de la chimenea iluminaban tenuamente la estancia principal. Estaba vacía, saco la pistola y camino hasta otra puerta. La abrió suavemente. En la habitación una pareja dormitaba cubiertos por una buena cantidad de manchas. El se acerco hasta la cabecera de la cama. Contemplo al hombre y a la mujer dormidos mientras enroscaba el silenciador en la pistola. Los disparos no los oiría nadie, en aquel lugar perdido, pero era una costumbre. Acerco la pistola a la sien de la mujer, la contemplo un instante antes de disparar. El ruido fue ligero, un silbido difuso pero el hombre abrió los ojos. El le puso el cañón en la frente. Lo miro fijamente y murmuro.
- Fin de tu historia.
Un nuevo silbido lleno la instancia. El hombre volvió a la estancia principal y avivo el fuego, luego hizo una breve llamada telefónica. Abrió el mueble bar y saco una botella de escoces. Se sentó a esperar bebiendo pequeños tragos de la botella y dejándose calentar por el fuego. El fuego calentaría su carne, pero nunca su corazón ni su alma.
Dos horas después contemplo desde el helicóptero como la cabaña ardía iluminando la noche.
1 comentarios:
Seguimos "nadando" entre la soledad y la muerte, que bonito!! sip, muy propios del mes de Diciembre :P
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