Traicion
Sus gritos llenaban la estancia. Sudaba mientras nos insultaba caminando de un lado a otro como un perro enjaulado. De vez en cuando se pasaba un pañuelo por la frente. Un jefe de verdad nunca nos hubiera gritado de ese modo, pero el jefe como todo el barrio estaba en horas bajas. Al verlo allí sudado, señalándonos con el dedo , golpeando la mesa mientras nos echaba en cara su, nuestra caída supe que estaba muerto, no habría vuelta atrás. Era una caricatura de si mismo, el miedo le superaba, no era aquel tipo duro que yo había conocido hacia quince años. El tipo gracias al cual me gane un nombre, respeto, dinero y todo lo que deseaba. Pero ese tipo se había esfumado, se había vuelto dubitativo, paranoico, un tirano al que ya nadie respetaba. Los rusos habían llegado a la ciudad hacia relativamente poco tiempo, pero tenían contactos, dinero,eran despiadados y no tenían nada que perder, nos habían barrido poco a poco de nuestras calles, de nuestros negocios y ni el ni nosotros podía hacer algo para cambiarlo.
El jefe siguió chillando durante, no sabría deciros, media hora, una hora quizás, en realidad yo no le escuchaba. Uno no podía dejar de pensar en Hitler, sumido en esa locura que le hacia pensar que podía ganar la guerra cuando en realidad hacia años que la tenia perdida. Hablaba de un ataque contra la cúpula rusa, no tenia ni idea de que la cúpula rusa era intocable. Sus contactos políticos la protegían, nosotros nunca nos preocupamos demasiado por eso. No quería darse cuenta de que los tiempos habían cambiado y que el no había avanzado con ellos.
Por fin se callo y se nos quedo mirando fijamente. Nosotros cuatro nos miramos unos a otros, el silencio se hizo pesado en aquel aire viciado por el tabaco. Hice la señal convenida, nos levantamos despacio, sacamos las pistolas. Desarrollamos la muerte de Julio Cesar a pequeña escala, no eramos Roma ciertamente, pero la expresión de dolor de su rostros, no tanto por las balas que le metimos en el cuerpo, sino ante la certeza de que lo estábamos traicionando no pudo ser muy diferente de la que puso Julio cesar al ser asesinado en el senado romano.
Quedo tendido en el suelo convertido en un guiñapo mientras la sangre se extendía a su alrededor. Deje a los otros tres deshaciéndose del cadáver. Yo tenia que hablar con los rusos. No me fiaba de ellos pero tenia que intentar que los tiempos no me devorasen a mi también y ellos marcaban el tempo del juego.
2 comentarios:
Me gusta como escribes, los micro son fuertes y contundentes y en este relato demuestras poder mantener esa fuerza.
Un saludo
Gracias por el comentario, mientrasleo.
Se intenta.. que al menos transmita algo lo que se escribe.
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